Discurso sobre el
colonialismo
Alegría, bella chispa divina,
Hija del Elíseo,
penetramos ardientes de embriaguez,
¡Oh celeste! en tu santuario
Tus encantos atan los lazos
que la rígida moda rompiera;
Y todos los hombres serán hermanos,
bajo tus alas bienhechoras.
Friedrich Schiller
Cuando André Breton arribó a la isla de Martinica en 1941
a causa del fascismo, descubrió en la revista Tropiques “el mayor monumento lírico de la época”, refiriéndose así
al trabajo poético de Aimé Cesaire, quien fungía como director de esta
publicación literaria de intelectuales antillanos que resultaba desconocida
para occidente. Cesaire, nacido en junio de 1913 e hijo de un funcionario
público menor creció conociendo a Voltaire, a Víctor Hugo y a Bossuet, sin que
esto implicara un alejamiento o negación de sus raíces africanas. Desde
temprana edad se destacó por ser un alumno destacado y esto le permitió obtener,
a los 18 años, una beca para estudiar en Francia. En el convulso París de los
años 30 conocerá al senegales Leopold Sédar Senghor, con quien conformará,
junto con el guayanes León Damas, el movimiento conocido como “negritud”,
reivindicativo de la cultura y la dignidad de las poblaciones africanas y
afrodescendientes (http://www.letraslibres.com/mexico-espana/aime-cesaire).
Es en este contexto descrito de forma muy escueta donde
se inserta uno de los trabajos más reconocidos de Cesaire en la actualidad, Discurso sobre el colonialismo. Escrito
en 1955, dicho texto tiene un claro objetivo político, denunciar el genocidio
más grande en la historia de la humanidad: el colonialismo europeo. No
obstante, el Discurso de Cesaire no
deja por ello de tener claras nociones poéticas. Realizado como un escrito de
agitación política que se aleja por completo de las rígidas pautas
academicistas, este terminó, por su fuerza, siendo cooptado por la academia
misma, al igual que muchos otros panfletos ideológicos en cuyo más notable
ejemplo se encuentra, sin duda, El
manifiesto del Partido Comunista.
¿Y qué es lo que el lector puede encontrar en el Discurso de Cesaire? Nada menos que la
profética afirmación de que la civilización europea es una civilización
decadente y enferma, puesto que ha sido incapaz de resolver los dos más
profundos problemas que ha generado: el proletariado y el colonialismo. Si bien
es cierto que para la década de los 50 la crítica a la decadencia europea era
un argumento muy común, incluso al interior del viejo contiente, la brillantes
del Discurso de Cesaire radica en
que, a diferencia de la autocrítica sobre el ocaso de Europa realizada por
filósofos, intelectuales progresistas y artistas blancos que centraban su
crítica en el horror y la devastación ocasionada por la Primera y la Segunda; Cesaire
hace lo que muy pocos habían tenido la claridad de realizar, voltear a ver a las
que fueron invisibles para Europa desde el siglo XVI: sus colonias.
Y es así como Cesaire comienza a entretejer -las más de
las veces mediante la utilización de los mismos argumentos que las grandes
figuras del pensamiento racional europeo esgrimieron para legitimar la barbarie
colonial- el carácter intrínsecamente racista y fascista que posee el capitalismo
y su empresa colonialista. Y es que para Cesaire, el hombre europeo, el blanco
humanista, el buen burgués (gentleman),
el modelo de ciudadano respetuoso del orden y la ley, ha sentado su poderoso
andamiaje ideológico y la base material de su vida en el gran genocidio
cometido por sus hermanos colonizadores en contra de “los amarillos”, “los
negros” y “los indios”; es decir de los “incivilizados”.
De acuerdo con Cesaire, la muestra más irrefutable de la
barbarie europea no se haya en el “hitlerismo”, sino en la muestra inobjetable
de que Hitler vive en todos esos gentleman
humanistas que antes de ser víctimas fueron cómplices al decidir cerrar sus
ojos cuando los Auschwitz se encontraban en Vietnam y en Indochina; en
Madagascar y en el Congo Belga; en Argelia y en Martinica. Por lo tanto, la
condena al fascismo por parte de Europa se vuelve, además de hipócrita, molesta
y chocante, debido a la falta de credibilidad que tiene ante sus principales
oprimidos, es decir, sus colonias; aquellas a las que el viejo continente
embruteció y animalizo mediante la negación absoluta de su economía y de sus
sistemas políticos; de sus conocimientos y de su cultura; de su arte y de sus
tradiciones. Es por ello que Europa resulta indefendible.
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