sábado, 18 de marzo de 2017

Escuchando a Beethoven desde una concepción materialista del arte

Reflexiones sobre Beethoven:

Es innegable que la 9na sinfonía de Beethoven, al igual que la música que compuso en la última etapa de su vida (los últimos cuartetos de cuerda, la gran fuga, las sonatas para piano que escribió en la fase madura de creatividad) son, desde el punto de vista técnico, obras fastuosas: En ellas se encuentra un manejo impecable de la forma, del contrapunto, de las progresiones armónicas y las modulaciones de tonalidad, de la instrumentación, etc., que es simplemente perfecta bajo la óptica o los cánones de la escuela clasisista. No obstante, la música de Beethoven resulta al mismo tiempo y en muchos casos, completamente novedosa e irreverente dentro del contexto artístico de principios del siglo XIX; es decir, en la etapa de transición del clasicismo al romanticismo. En ese sentido, sólo basta echar un vistazo a las crónicas de la época para saber la serie de dificultades y conflictos que Beethoven tuvo siempre con sus colegas músicos, instrumentistas y cantantes, debido a la complejidad de la música que componía.

No obstante todo lo anterior, es necesario recalcar un hecho fundamental que jamás debe pasar desapercibido con respecto al "genio" y la "grandeza" del Gigante de Bonn, y para ello es necesario recurrir al gran Eduardo Galeano, quién afirmó que "Si Beethoven hubiera nacido en Tacuarembó, hubiera llegado a ser director de la banda del pueblo". Esto conduce, a su vez, a otra frase de Walter Benjamín en la que se afirma que todo documento de cultura es, a la vez, un documento de barbarie. Dicho lo anterior, la pregunta es ¿Por qué hacer mención de ello? Muy simple. Ni Bach, ni Mozart, ni Beethoven, ni Wagner; ni la innegablemente maravillosa e impresionante arquitectura de las ciudades europeas; ni los filósofos, poetas, artistas plásticos, escritores, etc., del viejo mundo, hubieran llegado a representar jamás lo que representan para la sociedad occidental moderna, si no hubiese sido por el embate violentísimo y devastador de la empresa colonial.

Detrás de cada ladrillo, detrás de cada pincelada, detrás de cada acorde y nota musical está el trabajo esclavizado de millones de africanos que fueron llevados por la fuerza a las plantaciones de azúcar en América; detrás de esa fastuosidad y preciosismo europeo está la sangre de millones de indígenas que murieron en las minas de la antigua mesoamérica, extrayendo toneladas de oro, plata y otros metales que eran llevados a las grandes metrópolis. Creo que el deber ético mínimo de todo músico latinoamericano que se dedica a producir y reproducir (esa es nuestra función objetiva en la división del trabajo) la mal llamada música clásica o culta, es denunciar la violencia que ejerció y sigue ejerciendo Europa, y también E.U. (con Trump, con Obama o con Hillary, los tres son representantes de diferentes intereses de un mismo imperialismo) en contra de nuestros pueblos.

Para que Europa tuviera las condiciones materiales adecuadas para realizar esas grandes proezas artísticas y para también imponerlas como la cúspide y la meta a seguir del arte y la cultura, necesitó de lo que Marx llama en El Capital, el despojo o la acumulación originaria, mediante el uso de la violencia colonialista. El "genio", el "talento" y el "don" de Beethoven no se explican a partir de una concesión divina que le otorgó un ser supremo e incognicble antes de que naciera. El genio de Beethoven se explica mediante la comprensión del desarrollo histórico de las condiciones materiales y del contexto en el que se desarrolló.

Sin embargo, y esto bajo un ejercicio de congruencia ética en mis actividades musicales y revolucionarias, me parece fundamental señalar que con la adopción de una postura anarquizante, nihilista y por tanto pequeñoburguesa, la cual apunte a una censura absoluta y total del arte burgués, no se logrará modificar la realidad de explotación y neocolonialismo que padecemos los músicos latinoamericanos y los consumidores de cultura. Creo que los sectores de la población de este país que consumen "música clásica" son sumamente reducidos es comparación con otras expresiones musicales que también produce el gran capital. La diferencia entre ir al Vive Latino o ir a la sala Neza a escuchar a la OFUNAM sólo es una, que el primero genera mucha más riqueza que la segunda. En lo demás, desde el punto de vista de las condiciones objetivas de producción y reproducción del arte, es exactamente lo mismo.

Por lo tanto, si en la actualidad existimos tantas personas consumiendo la música que produce la abominable, nauseabunda y terrible industria musical (y en esa lista entra el rock, el metal, el punk, el pop, el regué, la música electrónica, la cumbia, la salsa, el reguetón, la banda, Juanga, José Alfredo Jiménez, los Beatles, los Rolling Stones, Los Doors, Pink Floyd, la música que escuchan los hipsters, Café Tacuba, etc.), yo me niego a dar el tiro gracia a las creaciones musicales de Beethoven, más aún si se toma en cuenta que él vivió la revolución francesa y que conoció la etapa jacobina de la burguesía, que es la etapa más consecuente de las revoluciones burguesas. Finalmente, creo que resulta importante señalar que el desarrollo de las fuerzas históricas, más tarde que temprano, pondrán ante nosotros una realidad diferente y revolucionaria en la que las relaciones sociales de producción se modifiquen por completo, dando fin a las diferencias y odios infranqueables que generan la configuración de una sociedad estatizada y clasista. Cuando ese día llegue, cuando las naciones y las fronteras de toda índole desaparezcan, será cuando las palabras de Schiller y de su Oda a la Alegría cobrarán verdadero sentido:

"Alegría, bella chispa divina,
Hija del Elíseo,
penetramos ardientes de embriaguez,
¡Oh celeste! en tu santuario
Tus encantos atan los lazos
que la rígida moda rompiera;
Y todos los hombres serán hermanos,
bajo tus alas bienhechoras."

domingo, 5 de marzo de 2017

Discurso sobre el colonialismo

Alegría, bella chispa divina,
Hija del Elíseo,
penetramos ardientes de embriaguez,
¡Oh celeste! en tu santuario
Tus encantos atan los lazos
que la rígida moda rompiera;
Y todos los hombres serán hermanos,
bajo tus alas bienhechoras.

Friedrich Schiller

Cuando André Breton arribó a la isla de Martinica en 1941 a causa del fascismo, descubrió en la revista Tropiques “el mayor monumento lírico de la época”, refiriéndose así al trabajo poético de Aimé Cesaire, quien fungía como director de esta publicación literaria de intelectuales antillanos que resultaba desconocida para occidente. Cesaire, nacido en junio de 1913 e hijo de un funcionario público menor creció conociendo a Voltaire, a Víctor Hugo y a Bossuet, sin que esto implicara un alejamiento o negación de sus raíces africanas. Desde temprana edad se destacó por ser un alumno destacado y esto le permitió obtener, a los 18 años, una beca para estudiar en Francia. En el convulso París de los años 30 conocerá al senegales Leopold Sédar Senghor, con quien conformará, junto con el guayanes León Damas, el movimiento conocido como “negritud”, reivindicativo de la cultura y la dignidad de las poblaciones africanas y afrodescendientes (http://www.letraslibres.com/mexico-espana/aime-cesaire).

Es en este contexto descrito de forma muy escueta donde se inserta uno de los trabajos más reconocidos de Cesaire en la actualidad, Discurso sobre el colonialismo. Escrito en 1955, dicho texto tiene un claro objetivo político, denunciar el genocidio más grande en la historia de la humanidad: el colonialismo europeo. No obstante, el Discurso de Cesaire no deja por ello de tener claras nociones poéticas. Realizado como un escrito de agitación política que se aleja por completo de las rígidas pautas academicistas, este terminó, por su fuerza, siendo cooptado por la academia misma, al igual que muchos otros panfletos ideológicos en cuyo más notable ejemplo se encuentra, sin duda, El manifiesto del Partido Comunista.

¿Y qué es lo que el lector puede encontrar en el Discurso de Cesaire? Nada menos que la profética afirmación de que la civilización europea es una civilización decadente y enferma, puesto que ha sido incapaz de resolver los dos más profundos problemas que ha generado: el proletariado y el colonialismo. Si bien es cierto que para la década de los 50 la crítica a la decadencia europea era un argumento muy común, incluso al interior del viejo contiente, la brillantes del Discurso de Cesaire radica en que, a diferencia de la autocrítica sobre el ocaso de Europa realizada por filósofos, intelectuales progresistas y artistas blancos que centraban su crítica en el horror y la devastación ocasionada por la Primera y la Segunda; Cesaire hace lo que muy pocos habían tenido la claridad de realizar, voltear a ver a las que fueron invisibles para Europa desde el siglo XVI: sus colonias.

Y es así como Cesaire comienza a entretejer -las más de las veces mediante la utilización de los mismos argumentos que las grandes figuras del pensamiento racional europeo esgrimieron para legitimar la barbarie colonial- el carácter intrínsecamente racista y fascista que posee el capitalismo y su empresa colonialista. Y es que para Cesaire, el hombre europeo, el blanco humanista, el buen burgués (gentleman), el modelo de ciudadano respetuoso del orden y la ley, ha sentado su poderoso andamiaje ideológico y la base material de su vida en el gran genocidio cometido por sus hermanos colonizadores en contra de “los amarillos”, “los negros” y “los indios”; es decir de los “incivilizados”.


De acuerdo con Cesaire, la muestra más irrefutable de la barbarie europea no se haya en el “hitlerismo”, sino en la muestra inobjetable de que Hitler vive en todos esos gentleman humanistas que antes de ser víctimas fueron cómplices al decidir cerrar sus ojos cuando los Auschwitz se encontraban en Vietnam y en Indochina; en Madagascar y en el Congo Belga; en Argelia y en Martinica. Por lo tanto, la condena al fascismo por parte de Europa se vuelve, además de hipócrita, molesta y chocante, debido a la falta de credibilidad que tiene ante sus principales oprimidos, es decir, sus colonias; aquellas a las que el viejo continente embruteció y animalizo mediante la negación absoluta de su economía y de sus sistemas políticos; de sus conocimientos y de su cultura; de su arte y de sus tradiciones. Es por ello que Europa resulta indefendible.