viernes, 15 de marzo de 2013

Crónica de un 15 de septiembre negro


     Es 15 de septiembre del 2012, un grupo de ciudadanos que amamos profundamente a México decidimos congregamos por la tarde en el monumento a la Revolución para realizar un grito alterno al que se daría en las plazas públicas del país unas horas más tarde, por parte de aquellos que ostentan cargos públicos y que representan un sistema político totalmente anacrónico, anti-democrático y corrupto, enormemente represor, y que ha dado muestras de su pudrición y su inviabilidad.

     Después de tener un acto sumamente emotivo en el que se exalto la importancia de los héroes olvidados por la historia, de los pueblos indígenas que viven resistiendo el embate del capital transnacional, de los trabajadores que han dado su vida por conquistar derechos laborales; después de resaltar la labor de los maestros honestos que son los que también enseñan luchando en las calles, de las amas de casa que por momentos parecen invisibles, de los artistas sin oportunidades, de los deportistas sin apoyo, de los universitarios que no hacen a un lado su responsabilidad histórica con el país; después de este acto de verdadero patriotismo, salimos marchando y gritando consignas rumbo al zócalo, la plaza pública más importante del país, para poder ejercer un derecho fundamental que tenemos todas y todos los mexicanos: es el derecho a libre manifestación de ideas, el cual está plasmado en el artículo 6to de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

     Antes de llegar al zócalo realizamos una breve escala en las afueras del Palacio de Bellas Artes, lo que nos permitió recordar el grado de olvido en que el Estado mexicano tiene a la cultura del país, y la clase de mafias que controlan las manifestaciones artísticas en México. Esa escala nos sirvió para acordar la forma en que ingresaríamos al que fuera en otros tiempos, el gran centro ceremonial del majestuoso imperio Azteca. Era importante acordar que si la Policía Federal -la cual tenía montado un cerco absurdo y agresivo de seguridad contra la población, el cual solo demuestra el gran temor que sienten los políticos de la ciudadanía- nos veía llegar como un contingente crítico al régimen, nos impedirían la entrada. 

     También se nos informó que no podríamos ingresar si nos llegaban a detectar en posesión de mantas, carteles, playeras, pintas en la cara, o cualquier otro método de manifestar nuestra adherencia y simpatía con el movimiento #YoSoy132; o bien, de rechazo a la política criminal de Felipe Calderón que ha dejado un saldo de 90 mil hermanos mexicanos muertos; genocidio que será recompensado con un sueldo vitalicio de más de $200 mil. Tampoco podríamos manifestarnos contra el fraude electoral descarado y vulgar realizado por el PRI, y que avaló el IFE y el TRIFE, como tampoco podríamos hacer evidente nuestra indignación por tener más de 50 millones de pobres en el país, o la rabia que provoca tener en este año más 200 mil jóvenes que no pudieron ingresar a una universidad pública para aspirar a un mejor futuro, o el coraje que genera el saber que solo contamos con autoridades e instituciones débiles y corruptas, que están permitiendo que empresas mineras y turísticas transnacionales destruyan nuestro medio ambiente, nuestros bosques, nuestros desiertos y selvas.

     Ante este oscuro panorama decidimos entrar al zócalo en pequeños grupos de 10 o 15 personas, como si no nos conociéramos unos y otros, como si nos avergonzáramos de lo que hacíamos, escondiendo como si fueran drogas o armas, nuestras pancartas y nuestras banderas. Entramos a la plancha del Zócalo como auténticos criminales que representan un peligro y un daño a la sociedad.

     Una vez adentro, con cierto temor y con suma precaución, comenzamos a congregarnos frente al balcón presidencial; fue ahí cuando la represión se desato. A mí me toco presenciar cómo entre más de 10 miembros de la Policía Federal sometían con golpes y forcejeos a un compañero que escribía la palabra FRAUDE en un enorme globo que intentó lanzar al cielo; un grupo nutrido de personas trato detener la arbitrariedad con poco éxito. Yo no pude acercarme más a la trifulca porque los policías comenzaron a agruparse en vallas humanas, para evitar que más personas acudiéramos a evitar la injusticia que se estaba cometiendo. Finalmente, varios policías y compañeros salieron por la calle 20 de noviembre, y mientras a la distancia observaba impotente como se alejaban con mis compañeros, alcance a escuchar a un elemento de la Policía Federal que se comunicaba por radio diciendo: -Vénganse para acá, necesitamos refuerzos, acá están los del 132.

     Escuchar esto me indignó profundamente; inmediatamente respondí al Policía que no éramos 132, que éramos todos los mexicanos indignados de este país, sin etiqueta, sin banderas, sin playera política; le dije que todos éramos mexicanos que estábamos hasta la madre. Ante esto, el policía me ordeno que me callara, que me retirara de ahí y que no le hablara así, que no podía dirigirme a el de esa forma, que tuviera cuidado.

     Minutos después, cuando regresaba al frente del balcón presidencial, un reportero de Milenio se acercó a mí pidiéndome una entrevista; me pregunto qué había sucedido y le relate los que pude apreciar, termino la breve entrevista  y reanude mi camino hacia el punto de reunión, y poco antes de llegar pude ver que otros 3 elementos de la Policía Federal escoltaban ya a otro compañero. Me acerque a el y le pregunte por que lo escoltaban, el me respondió que no sabía; los policías me ordenaron que me quitara de su camino, yo no lo hice y me plante frente de ellos, me evadieron y siguieron su avanzando; unos metros más adelante se detuvieron, otras dos personas y volvimos a cuestionar  el por qué de la detención, a lo que uno de ellos respondió que eran órdenes superiores. Yo saque mi celular y comencé a grabarlos, ellos me ordenaron que dejara de hacerlo y que me alejara, nosotros exigimos que lo liberaran, el policía dijo que solo estaban pidiendo que se identificara, que le iban a hacer una revisión y que después lo soltarían, pero que tenía que dejar de grabarlos con el celular. Yo accedí.

     Finalmente el humillante cateo termino y pese a lo que nos habían dicho, procedieron a sacar al compañero de la plancha del zócalo. Volví a seguirlos, les reclame sus acciones, les pregunte porque lo hacían; ellos respondieron que eso a mí no me importaba. Ya a punto de llegar a la salida, en la parte donde habían formado corredores con vallas metálicas para que todos los asistentes al zócalo entraran y salieran, le dije a uno de los elementos que lo que hacían era una arbitrariedad, que no podían hacer eso; él me respondió que sabía bien a qué organización pertenecíamos, y fue cuando volteo hacia mí y me dijo: -O que, ¿Tú no eres de la organización? Yo respondí que no pertenecía a ninguna organización, que solo era un mexicano que quería manifestarme porque era mi derecho. El policía respondió: -Tú no tienes derecho a manifestarte, yo te voy a decir tus derechos, tú solo tienes derecho a estudiar, manifiéstense de otra forma, no así.

     Hasta ese momento yo no me había percatado que detrás de mí venia una persona vestida de civil y con corte militar. Cuando escucho que había acudido al zócalo a manifestarme me grito: -¿Tú también vienes a manifestarte cabrón? ¿Cómo te llamas? Yo no conteste. No obstante, el me jalo por la espalda y me arrincono contra una de las vallas metálicas. Ya molesto me volvió a preguntar mi nombre; yo se lo dije pero sin dar mis apellidos; me pregunto de donde era y yo respondí que era estudiante de la UACM. Después me ordenaron que les mostrara mi credencial de elector y fue cuando vieron mis datos y apuntaron mi nombre en una pequeña libreta que tenía una lista con muchos nombres más. Cabe destacar que mi segundo apellido lo escribieron mal ya que no lo leyeron correctamente. Después de esto  me pidieron que levantara la cara para poder fotografiarme con un celular que uno de los policías había sacado, y que a simple vista parecía un aparato muy moderno, con un gran flash. Me pidieron que me pusiera de perfil para tomarme una fotografía más, a lo que yo me negué, y fue cuando el policía que me había tomado la primera foto dijo: Ya está bien, con esto es suficiente.

     Finalmente me ordenaron que saliera del zócalo y que no tendría derecho a reingresar nuevamente. Una vez fuera, vi a un grupo de compañeros que habían sido desalojados en la trifulca unos minutos antes, fue cuando me enteré que la Policía Federal se había llevado detenidos a tres compañeros de los cuales no tuvimos noticias en varias horas.

     Ante los hechos narrados yo me pregunto; ¿Qué celebramos los mexicanos el pasado 15 de septiembre? ¿Qué es lo que puede celebrar la sociedad? ¿Celebramos la implantación de un régimen autoritario y violento que reprime a todo aquel que se manifiesta en su contra? ¿Celebramos el hostigamiento y  la criminalización de uno de los sectores sociales más importantes del país, que son sus estudiantes? ¿Celebramos nuestros 90 mil muertos? ¿Nuestra estela de Luz? ¿Nuestros hermanos tarahumaras que murieron de hambre este año? ¿Dos fraudes electorales consecutivos sin que podamos hacer nada como sociedad por evitarlo? ¿Celebramos nuestra obediencia ciega a las políticas económicas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional? ¿La cobardía de nuestras autoridades para defender a nuestros hermanos que viajan a los Estados Unidos? ¿Podemos celebrar nuestra independencia? ¿Es México un país independiente? El del sábado, más aun que muchos otros, fue un 15 de septiembre negro.

jueves, 14 de marzo de 2013

¿Quien soy yo?


     La tarea era responder la pregunta: ¿Quién soy?

     Mi acta de nacimiento registrada en el municipio de Atizapán de Zaragoza dice que soy Rafael Demian Avila Amezola; también que nací un 1 de julio de 1980 a la 1:30 de la mañana y que mis padres son Rafael Luis Avila Hernández y María de los Ángeles Amezola Idueta. A pesar de que el acta de nacimiento es uno de los documentos oficiales más importantes en la vida de cualquier persona, yo jamás me presento como Rafael Demian Avila Amezola; simplemente me gusta decir:

     -Me llamo Demian. Si, como el de la novela de Herman Hesse.

     En algunas ocasiones me gusta agregar el apellido “Avila”, por esa extraña cuestión del honor que implica el cargar con un apellido, además de la inevitable carga colonial alojada en el subconsciente, relacionada con la homónima ciudad española. Sin embargo, cabe destacar -esto debido al temprano divorcio de mis padres-, que mi infancia –y si cabe el viejo dicho de “infancia es destino”-, fue 100% Amezola; es decir, 100% materna; hecho que se reforzó con la muerte de mi padre cuando tenía 9 años.

     Dicho lo anterior, en esta ocasión me presentaré como Demian. Yo, Demian, fui el primer hijo de mi madre, pero  4to de mi padre (el tema de los medios hermanos, no considero muy importante abordarlo ahora, porque además de aburrido, se presta al chisme).

     Yo fui un bebé nacido en pañales de seda, sumamente anhelado según me cuentan, en el que se invirtieron cualquier cantidad de gastos “pequeño burgueses” (por no decir superfluos) para hacer lo más satisfactoria posible mi llegada al mundo: Cursos psico-profilácticos, música clásica para la estimulación prenatal, libros de consulta propios para la ocasión adquiridos en los aparadores del Sanborns y del Vips –lugares comunes en la vida de mis padres-; hospital privado y parto atendido por el clásico doctor amigo de la familia, etc. Siendo yo hijo de un abogado de la UNAM que trabajaba en el servicio público y de una madre que se desempeñaba como secretaria ejecutiva en una prestigiosa notaría de la Ciudad de México, esta era una situación totalmente normal en la década de los 80s, las personas "de bién", podían disfrutar de este tipo de excentricidades.

     Sin embargo, con la muerte de mi padre y con la entrega de una pensión alimentaria totalmente paupérrima por parte del ISSSTE, que además tenía que ser dividida en partes iguales entre la enésima y última esposa de mi padre (la viuda oficial), y nosotros (con nosotros me refiero a mi madre, mi hermana menor que nació dos años después de mi, y obviamente yo), la vida pequeño burguesa paso al formar parte de los álbumes fotográficos y de la memoria melancólica y anhelante. A partir de ese momento, la única opción posible que tuvo mi madre fue la educación pública así como el compartir casa con la tía, con el tío, o con la compañera de trabajo.

     Como era de esperarse, estos cambios tan drásticos no fueron bien asimilados por mi parte (los especialistas de hoy le llaman resilencia), y los problemas académicos se volvieron muy evidentes desde la secundaria: “El Reclusorio 54”, que era como se le conocía en el bajo mundo.

     Una vez concluida la secundaria y después de haber arañado el promedio mínimo de admisión para ingresar a la UNAM; (7.3); conocí el paraíso: El CCH Naucalpan, pero como era de esperarse, este paraíso estaba repleto de manzanas, de Evas y de serpientes; así que como buen Adán, me dedique a probar los frutos prohibidos de todos los arboles: El árbol de la cerveza, el árbol del billar, el árbol de la mariguana, el árbol de la grilla, el de las marchas y las huelgas; el árbol de la carne y de la mujer, fruto al cual quede irracionalmente enganchado, y cuando digo irracional no exagero. Sin duda este fue el más delicioso de todos, el que más me ha deleitado.

     Durante esta época inolvidable y fantástica, dionisiaca y poderosa, yo al igual que Adán olvide una regla de oro existente dentro del Paraíso: Probar el fruto prohibido te llevaba irremediablemente a la expulsión absoluta. Esté hecho provoco una andanada de críticas y etiquetas por parte de la familia, las cuales yo, ciertamente disfrutaba mucho, aunque debo confesar que 20 materias reprobadas de 30 cursadas les otorgaba cierta legitimidad a sus reproches. Sin embargo, y a pesar de que mi panorama lo comenzaron a pintar de gris los aquellos que me rodeaban, hubo algo que a mí siempre me ilumino y que me decía por donde caminar: La Música.

     Fue aproximadamente a los 17 años cuando tuve completamente claro que me dedicaría a la música, así que comencé a buscarla, no sin antes ver como corrían las lágrimas de mi madre debido a mí “descabellada decisión”. En un principio, encontrarla implico muchos sinsabores, ya que es difícil hallarla de manera formal, cuando no hay antecedentes de músicos en tu familia. No obstante, y por asares del destino, encontré a mi primer maestro casi enfrente de mi casa: un destacado guitarrista y compositor egresado de la Escuela Nacional de Música. Fue él quien de manera muy noble comenzó a orientarme y también a darme mis primeras lecciones, hasta que por fin, en el año 2000, después de varios intentos infructuosos, logré ingresar a la carrera de Composición en la UNAM. Y justo cuando mi vida tomaba sentido al 100%, justo cuando mi futuro profesional estaba –al menos en el papel- completamente definido, sucedió un hecho que vino a transformar toda mi vida y me orillo a hacer adecuaciones de último momento, las cuales acabaron por dejar los planes de estudiar en Europa y dirigir a la Sinfónica Nacional en el baúl de los proyectos pendientes. Si esa noche hubiera llevado un condón, tal vez ahora estaría en Francia estudiando un posgrado; pero, AFORTUNADAMENTE no lo llevaba en esa ocasión y fue así como la vida, pero sobre todo mi calentura y mi insensatez me convirtieron en padre a los 21 años, para comenzar a vivir la experiencia más hermosa, más emocionante, y también por momentos, más dolorosa de toda mi vida.

     No voy a hora a describir ahora la relación conflictiva que he tenido con la madre de Emiliano (así se llama mi hijo, si, como Emiliano Zapata), porque necesitaría una enciclopedia y al parecer, ya nadie edita enciclopedias en estos días. Empero, el tener a Emiliano en mi vida, aunado a un inagotable deseo de aprender y de contar con un título universitario (otra vez, como dice Silvio Rodríguez, “todos los siglos de colonialismo español”, juegan con mis deseos inconscientes), me han hecho llegar a la UACM; universidad progresista, llena de alumnos y alumnas valerosas y honestas, que han luchado como pocos por su universidad. Esto me llena de orgullo hace que me identifique enormemente con ella, tal y como en un tiempo me identifique con la UNAM.

     Palabras más palabras menos, este soy yo: Demian, el músico, porque antes que nada eso es lo que soy en esta vida, músico, ya que desde los 15 años no ha habido un día en el que no entone una nota, no toque unos acordes o no percuta un ritmo; pero también soy Demian, el padre de familia, el hijo y el hermano mayor; y también soy Demian el taekwondoin cinta negra 2do dan, grado que he conseguido con sangre, sudor y lágrimas (lo de la sangre no es metáfora, es literal), y también soy Demian, el incipiente marxista, el Antipeña, el #YosSoy132, el zapatista, el indigenista que ha tenido la fortuna de conocer a fondo a los niños  ñañus que viven en el DF. Soy Demian, el que grita con rabia ¡Salvemos Wirikuta!, o ¡Huexca no se vende!. Soy Demian, el que lamentó (no me apena decirlo) la muerte del comandante Chávez, el que defiende la revolución cubana con gran amor revolucionario. Soy Demian el que estuvo encapuchado en las inmediaciones de San Lázaro el pasado 1ro de Diciembre, mostrando su inconformidad por el enésimo robo de la presidencia de nuestro país y confrontando a las fuerzas represoras a sangre y fuego. Y ahora también soy Demian, el que aspira a ser un historiador honesto y congruente, que ponga al servicio de los que menos tienen, de los que están abajo, de los desposeídos; todos los conocimientos que tenga el privilegio de adquirir en la UACM. Ese soy yo.