sábado, 15 de marzo de 2014

¿Cómo fue que perdimos nuestra Ciudad?

 
¿Alguien quiere leerme? Necesito contar algo muy importante.

Es 14 de marzo del 2014, son las 9:10 de la noche, camino por el centro histórico acompañado de mi amiga V., estamos en busca de un bar. Avanzamos por el Eje Central y doblamos en Tacuba para internarnos en el primer cuadro de la ciudad. Apenas damos la vuelta en dicha calle y podemos observar que a la altura de las escalinatas del Banco de México que se encuentran frente al MUNAL, un número importante de granaderos desciende de dos camionetas blancas y comienzan a aventar y a ofender a un transeúnte que camina por ahí. De pronto, al calor de la refriega, uno de los granaderos le propina un golpe a la cara a este ciudadano, el cual pierde sus lentes por el impacto y le ocasiona un severo mareo. Mi amiga y yo nos quedamos atónitos ante el hecho e inmediatamente nos acercamos al hombre que ya tiene una abertura en la ceja izquierda y un derrame en el ojo. Mi amiga V. recoge los lentes del agredido y les reclama a los policías de Seguridad Pública por su acción.

Yo, inmediatamente saco mi celular y comienzo a grabar la escena. Ya con la cámara en mano le pregunto al señor si se encuentra bien y por qué lo agredieron, cuando de pronto uno de los granaderos se posa detrás de mí y comienza a interrogarme porque estoy fotografiando y a quién le estoy tomando fotos. Yo no le contesto al policía y continuo grabando al agredido. De pronto, el mismo policía al que ignoré me tira un fuerte manotazo a la mano y me hace tirar el celular. Mi teléfono cae al suelo e inmediatamente después el mismo policía lo patea. De pronto me veo rodeado de aproximadamente 10 granaderos que comienzan a aventarme. Siento un puntapié justo en la parte trasera de la entrepierna; sospecho que intentaba golpearme los genitales. Identifico visualmente al policía que lo hizo. No obstante, no alcanzo a ver el apellido en su placa. Después de eso siento un golpe en el codo del brazo izquierdo. Los policías, entre empujones, me dicen: -
¿A quién quieres grabar cabrón? Ábrete a la verga pendejo-.

Yo trato de escabullirme, me preocupa que en cualquier momento puedan tirarme un golpe. Rápidamente subo las escalinatas del Banco de México y quedo frente a tres policías. Alcanzo a ver rápidamente a mi amiga que comienza a subir la escalinata. Justo en el momento en que estoy siendo acosado por sólo tres de ellos pasa por mi mente el noquear a dos y salir corriendo ileso. Sin embargo, por la escalinata ya comienzan a subir cuatro o cinco granaderos más. Me doy cuenta que estoy metido en la boca del lobo y rápidamente vuelvo a bajar las escaleras alcanzando a esquivar a los elementos que ya subían. Por primera vez pierdo de vista a mi amiga.

Los policías insisten: ¡Ábrete a la verga pendejo!. Yo no veo a mi amiga y ellos comienzan a empujarme. Poco después la alcanzo a ver bajando las escaleras del Banco de México ya con un cigarro encendido. La espero a pesar de la presión de tres o cuatro policías que tratan de correrme del lugar, hasta que volvemos a encontrarnos. Ya juntos caminamos al Sanborns de los azulejos. Enfrente hay una patrulla y ahí se encuentra el señor golpeado; él está charlando con los patrulleros. De mi celular no volví a saber nada.

Me acerco a la patrulla e intervengo en la plática, los patrulleros mencionan que ya han llamado a una unidad médica para que atiendan al transeúnte que tiene el ojo desecho. Exijo que me devuelvan mi celular y los patrulleros se deslindan. Lo único que hacen es llevarnos con el granadero que se encuentra a cargo de todos esos policías. Es un hombre moreno, de bigote y con un lunar lleno de cabellos canos que tiene debajo de la oreja izquierda. No alcanzo a ver la placa de su nombre. Tanto el transeúnte golpeado como yo le narramos los hechos; el hombre con el ojo herido menciona que su agresor se apellida Ambriz y yo exijo que devuelvan mi celular. El policía al mando me pide que vaya e identifique al granadero que me agredió y yo me niego argumentando que no es seguro que lo haga. Él, cínicamente me dice que no tengo nada de que temer. Comienzo a buscar entre los elementos a mi agresor y lo identifico. El alto mando me responde que ese policía no puede ser porque él va llegando al lugar de los hechos y que este no bajó de la camioneta a la que estamos inculpando (la que tiene la matrícula 420-LVG) tanto el transeúnte con el ojo lastimado como yo. Sin embargo, a los pocos segundos de ese dicho, la camioneta arranca y todos los granaderos, incluyendo al que destruyo mi celular como al agresor del transeúnte suben a esa misma camioneta.

Han pasado ya 30 minutos y la unidad médica que tiene que revisar al herido no llega. A mi amiga y a mi nos queda claro que todos se están encubriendo y que no tienen el más mínimo interés –como es de esperarse- de solucionar absolutamente nada. En esos momentos, el transeúnte con el ojo herido alcanza a identificar a su agresor al momento en el que sube a la camioneta y le comenta al policía al mando: –Ahí va el que me golpeo. Ese es Ambriz-. El policía se aleja de nosotros y comienza a hablar por celular. Dos minutos después regresa y nos explica: Fíjense que ahí no va ninguno de los que dicen, así que tienen que ir a levantar una demanda al MP. En ese momento mi paciencia se agota y lo confronto. Le digo: -Ustedes se están aprovechando porque el cerdo de Mancera es su jefe, pero el día que lo mandemos a la mierda ustedes se van a chingar. Tienes sus días contados hijos de puta. En ese momento pasan por mi cabeza muchas cosas, desde golpear al alto mando que se encuentra solo e indefenso –de la misma forma en que ellos golpearon al transeúnte y a mí, hasta lo estúpido que resulta el pacifismo sin argumentos y sin sentido que pregonan los perversos, malintencionados y nefastos intelectuales orgánicos.

Ante las ofensas que lanzo contra el supuesto alto mando, él se hace el ofendido; se indigna y me pide que no lo agreda. Yo le alcanzo a decir que es un hijo de puta. Finalmente mi amiga y yo nos retiramos del lugar y caminamos hacia la calle de Cuba e ingresamos al bar Cuba Libre. De pronto recuerdo que la última vez que estuve en ese antro fue justamente hace casi dos años, a finales de mayo del 2012. En esa ocasión al entrar al baño, vi que la pared tenía un grafiti pintado con plumón rojo que decía “Yo soy 132”. Hoy, al entrar nuevamente busqué el grafiti y ya no había nada…